Sobrevivir y vivir

Sobrevivir y vivir (un homenaje a la revista de Grothendieck)

martes, 18 de febrero de 2014

Antonio Brailovsky sobre la inundaciones

Apuntes sobre las últimas inundaciones


Después del desastre de las últimas inundaciones, salió a la superficie una trama de irresponsabilidad política e inmobiliaria, falta de planeamiento urbano y una relación naturaleza-sociedad de la cual nadie quiere ocuparse. En Buenos Aires, ciudad inundable el economista y especialista en temas de ecología Antonio Elio Brailovsky investiga las principales causas de un fenómeno tan complejo y de larga data como urgente de solucionar. / Por Marcela Mazzei. Foto focolare.org

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Después de las inundaciones del último 2 de abril, cuando bajó el agua, quedaron flotando las preguntas. ¿Qué provocó semejante desastre? ¿Por qué es cada vez más frecuente? ¿Quiénes son responsables? Y, sobre todo, ¿qué hacer cuando vuelva a llover así? Muchas respuestas están publicadas desde 2010 en Buenos Aires, ciudad inundable, una investigación rigurosa de Antonio Elio Brailovsky, licenciado en Economía Política y especialista en temas de ecología, que explica, como dice el subtítulo, “por qué (la ciudad) está condenada a un desastre permanente”, y arriesga conclusiones que nadie parece tener ganas de escuchar. “Cuando alguien dice que la culpa de las inundaciones la tienen las bolsitas de basura que tapan los desagües o que estamos en otoño y no barrieron las hojas, están dando una pequeñísima causa que no puede explicar esa magnitud de muertes”, argumenta Brailovsky, que asume la banalidad de los comentarios como respuesta a “un ocultamiento del tema, asociado con proteger un negocio inmobiliario perverso”.
La irracionalidad económica es una de las principales causas de un fenómeno complejo que recién ahora, ante la evidencia, entró en el debate público. Mucho antes de la ebullición de los proyectos de departamentos desde el pozo, Buenos Aires vivió inundaciones, aunque nunca tan devastadoras, sorpresivas e inesperadas. “La historia del último siglo en Buenos Aires es la historia del descenso de la ciudad hacia las zonas naturalmente inundables”, dice Brailovsky. “Es decir, los lugares que ocupaban los arroyos antes de que existiera la ciudad.

“Cuando alguien dice que la culpa de las inundaciones la tienen las bolsitas de basura que tapan los desagües o que estamos en otoño y no barrieron las hojas, están dando una pequeñísima causa que no puede explicar esa magnitud de muertes.”


Una vista a vuelo de pájaro sobre el área metropolitana muestra cómo los cursos de agua de la provincia desembocan en el Río de la Plata a través de varios arroyos –todos entubados a fines del siglo XIX, cuando se decidió que serían desagües cloacales e industriales y comenzaron a parecerse al Riachuelo hoy– que últimamente ganaron popularidad: el Maldonado, que corre debajo de la avenida Juan B. Justo; el Vega que Belgrano “descubrió” en 2010; el Medrano, que desemboca a la altura del Parque de los Niños, donde alguna vez hubo un bucólico club de remo; y el Cildáñez, en la zona que supo llamarse El bañado de Flores: apenas unos hilos celestes en el mapa hasta que irrumpieron con violencia en las viviendas destruyéndolo todo.
En 1713 los mapas de la región tenían más información que hoy, porque entonces servían para indicar las zonas inundables en donde estaba prohibido asentarse. “Una vez que la ciudad aceptó que se ocuparan y envió gente a poblar las zonas de riesgo, bueno, hubo que borrar de los mapas la topografía”, razona el autor. Al creciente número de personas afectadas, le cabe una paradoja: “Primero metemos gente donde no deberíamos haberla metido, y después gastamos millones en tratar de sacar el arroyo de ese lugar, cuando lo sensato hubiera sido delimitar áreas que son aptas para el poblamiento”.
Si la ausencia de carteles indicativos de “zona inundable” tanto en el mapa como en el territorio parece una conducta irracional, en simultáneo se da una especie de complicidad entre el responsable (“a ningún funcionario le gustar dejar una prueba de que está autorizando algo que no debiera”) y la víctima, del tipo Síndrome de Estocolmo, donde los inundados piden: escondan que esto se inunda porque se desvaloriza la propiedad. La resultante de esa contradicción es “una actitud casi religiosa, la de creer que alguna obra mágica va a solucionar el problema”. Lo sabe cualquier ingeniero: una obra permite proteger a la población del nivel de lluvia para el cual está diseñada y las obras solo se hacen si alguien las financia: Francia, por ejemplo, respondió a la inundación extremadamente severa de 1910 con un murallón en el Sena y una red de desagües mucho más grandes que los que Buenos Aires tiene y podría pagar.

“El arquitecto que construyó tres subsuelos de estacionamiento en una zona inundable hizo mala praxis.”


El problema de las inundaciones es un rompecabezas de mil piezas, de las más intrincadas contradicciones a las causas más concretas, entre las que figuran los milímetros de agua caídos. Un cuadro en el capítulo uno del libro muestra la evolución de las precipitaciones por año en la región: si en 1801 fueron 727, entre 1901 y 1950 un promedio de 981, solo entre 2001 y 2002 cayeron 1600 milímetros. Llueve más, hay más cantidad de personas viviendo en zonas deprimidas del relieve y el Río de la Plata, cambio climático mediante, creció, al igual que los obstáculos: el terreno absorbente que forman los espacios verdes se han reducido por el boom de la construcción, así como por la hilera de edificios de Puerto Madero cuyos cimientos formaron en los últimos años una barrera para el desagüe de las napas. El entubamiento de los arroyos tampoco colabora: las paredes y columnas de cemento demoran el escurrimiento durante una crecida: por eso muchas ciudades están atravesadas por cursos de agua al aire libre.
Pero si entre los factores concurrentes se destaca alguno, como una síntesis del fenómeno, es la relación naturaleza-sociedad. “La gente está entrenada para no ver el medio natural”, afirma Brailovsky, que ejemplifica con lo que sucede a ambas márgenes del río Reconquista en la zona de Rincón de Milberg. Mientras la población de la isla construyó sus viviendas sobre palafitos y en cada inundación reacciona con paciencia y recurre a las reservas de alimentos hasta que el agua baje, en la margen opuesta los asentamientos de casas precarias se desmoronan, las personas tienen que ser evacuadas y pierden todas sus pertenencias una y otra vez. “Se creó otro mito: que es posible vivir en un mundo artificial, sin tener en cuenta este contexto natural que sigue existiendo. Y hay que encontrar la manera de convivir con él”, resume.
La pieza de gestión es clave. Si el arroyo es una cuenca que no reconoce límites políticos, las diversas jurisdicciones deben compatibilizar planes hidráulicos y ejecutarlos de manera coordinada. “Lo más sensato es que en la cuenca baja, en gran parte de la ciudad, haya desagües que saquen el agua rápido y en la cuenca alta, en la provincia, haya represas que retengan el agua. La represa Ingeniero Carlos F. Roggero, que regula el río Reconquista en Moreno, sirve para eso: hay que mantenerla vacía cuando no llueve para que cuando llueva el agua la llene y a su vez controle la inundación aguas abajo.
Aceptar que el fenómeno existe y cambiar los códigos de planeamiento urbano y de edificación para señalizar nítidamente las áreas inundables es necesario pero no suficiente. Brailovsky también reclama a los profesionales más criterio en el diseño: “El arquitecto que construyó tres subsuelos de estacionamiento en una zona inundable hizo mala praxis”, dice. Profesor de la Universidad de Buenos Aires y de la de Belgrano, reconoce que en general los temas de ambiente urbano aparecen en materias de posgrado u optativas, y para los arquitectos el mensaje es “usted ocúpese de lo suyo”.

“La historia del último siglo en Buenos Aires es la historia del descenso de la ciudad hacia las zonas naturalmente inundables.”


Y si una pieza le faltaba al rompecabezas, es la cuestión social. Las zonas inundables están variando y son las denuncias al periodismo de los vecinos, del shopping Dot a Tecnópolis, las que alertan y se convierten en “herramienta de gestión” para pedir nuevos estudios hidrológicos: Nordelta, algunas bajadas o salidas de la autopista Buenos Aires-La Plata, y quizás al Estadio Único de La Plata. Pero siempre es más redituable hacer una autopista que un desagüe, que no se ve y si funciona nadie lo advierte.
Sea cual sea la condición social, ¿está preparada la población para responder ante una inundación? La aceptación de fenómeno natural implica una respuesta de adaptación, y a Brailosvsky le ronda la cabeza la foto de un joven en Colonia, Alemania, que estaciona el kayak para hablar desde un teléfono público, que por supuesto funciona a pesar de la inundación. “Durante la última gran tormenta en Nueva York usaron las redes de telefonía celular como advertencia, y eran las empresas las que con sus antenas detectaban a sus clientes y les enviaban un mensaje de texto de la propia compañía que decía: ‘usted está en área de riesgo, salga rápido’. No es cierto que en La Plata no había celulares, funcionaban para una sola cosa: los usuarios recibían promociones para comprarse un auto cero kilómetro.”
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Buenos Aires. Ciudad inundableBuenos Aires, ciudad inundable
Antonio Elio Brailovsky
Capital Intelectual/Le Monde Diplomatique
248 páginas

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